La Jornada Mundial de los Pobres
14 noviembre, 2019Carta de monseñor Víctor Manuel Fernández, arzobispo de La Plata, con motivo de la próxima Jornada Mundial de los Pobres (8 de noviembre de 2019)
El próximo domingo 17 de noviembre será un día en que la Iglesia en todo el mundo hará un esfuerzo especial por estar cerca de los pobres. ¿Qué harás vos? ¿Qué hará tu comunidad? La misión fundamental de la Iglesia es anunciar la Buena Noticia del amor de Dios que se manifiesta en la muerte y resurrección de Jesucristo: gritar a los cuatro vientos que todos podemos participar del misterio pascual, que todos estamos llamados a ser parte del pueblo de Dios. Él no discrimina a nadie. ¡Dios me eligió! ¡Dios te eligió! ¡Bendito sea Dios! Sin embargo, en su camino de evangelización, la Iglesia está llamada a inclinarse de modo preferencial en el servicio a los pobres, a semejanza de Jesús, que “se hizo pobre para enriquecernos” (2, Co 8,9), que fue ungido para llevarles el Evangelio (Cf. Lc. 4, 18). Es un llamado que él mismo nos hace: “Invita a los pobres, a los lisiados, a los paralíticos, a los ciegos (Lc. 14, 12).
Tal como decimos en nuestro Plan Pastoral Arquidiocesano, aunque no siempre esté a nuestro alcance la solución de todos los problemas de los pobres, siempre estamos llamados a estar cerca de los abandonados de la sociedad, a proclamarles la ternura y el amor de Dios con el testimonio de nuestra propia vida: “Consuelen, consuelen a mi Pueblo, dice el Señor” (Is 40, 1). Recordemos que la atención a los pobres es una gloria de la Iglesia, un signo que aun la sociedad secularizada reconoce y valora. Una Iglesia lejana de los pobres se vuelve opaca, poco creíble, porque no refleja el amor de Jesucristo por los últimos.
Pero no servimos a los hermanos necesitados desde una ideología, una obsesión, por una ideología política, por propaganda o temporalismos. Lo hacemos desde la fe e iluminados por el Evangelio de Jesús. Benedicto XVI explicaba en el discurso inaugural de Aparecida: “Si la Iglesia comenzara a transformarse directamente en sujeto político, no haría más por los pobres y por la justicia, sino que haría menos, porque perdería su independencia y su autoridad moral, identificándose con una única vía política y con posiciones parciales opinables. La Iglesia es abogada de la justicia y de los pobres precisamente al no identificarse con los políticos ni con los intereses de partido”.
En la historia de la Iglesia, nos encontramos con numerosas personas que supieron hacer carne el amor a los pobres “considerándolos uno consigo” (S, Tomás de Aquino, S. Th. II- II, q. 27, art. 2; E. G. 197). Su dolor es nuestro dolor, su alegría, la nuestra. Muchos santos y santas se ocuparon y preocuparon por los desvalidos: San Francisco de Asís, San Vicente de Paúl, Santa Teresa de Calcuta, la Beata Ludovica y tantísimos otros que están en el anonimato. ¡Cuántos hermanos y hermanas en la Diócesis se ocupan todos los días de los pobres en silencio y sin bandera!
Aunque numerosos miembros de la Iglesia muchas veces se olvidaron de los más pobres, otros lucharon por sus derechos. Recordemos el célebre Sermón que Fray Antonio Montesinos en la Isla La Española, que constituye uno de los primeros gritos en favor de los derechos humanos en América: “Decid, ¿con qué derecho y con qué justicia tenéis en tan cruel y horrible servidumbre a estos indios (…) Estos, ¿no son hombres?” (21 de
diciembre de 1511). También el testimonio del Obispo de Lima, Santo Toribio de Mogrovejo, el “Obispo de los pobres”, a quienes no sólo asistió materialmente sino que abogó por su justicia. Lo mismo Fray Juan de Zumárraga, el célebre Obispo de México, que se hizo “uno más” con su gente humilde, al punto que en una de sus últimas cartas escribió “muero muy pobre pero contento”. En el siglo siguiente, en Cartagena de Indias, encontramos a San Pedro Claver, “el esclavo de los esclavos”, que dio su vida en defensa de los derechos y la promoción espiritual y material de las personas esclavizadas provenientes del África.
La codicia de algunos conduce al descarte de una multitud. ¡Qué inmensa es la cantidad de hermanos nuestros abandonados, en situación de calle, olvidados! Propongo dos ejemplos maternales y, en ellos, agradecemos especialmente a las madres del corazón que hacen tanto por los demás: la Beata Mama Antula y la Beata Ludovica. Dos mujeres, una del siglo XVIII y otra del XX, que tienen mucho para decirnos hoy. Aquella, contra viento y marea se dedicó, en reemplazo de los jesuitas, a difundir los Ejercicios Espirituales incluyendo en ellos a los más pobres, y a fundar obras de promoción humana para niños pobres por gran parte de la Argentina. Incomprendida, muchos la calificaban de “loca”. Sin embargo, la Argentina no se explica sin su aporte. Nuestra Beata Ludovica, por su parte, entregó su cuerpo y alma al cuidado de los niños enfermos, recorriendo incansablemente campos y oficinas para sustentar el hospital. Y su obra es una gloria de los platenses.
En la escucha atenta de Dios y del Pueblo se destacaron el Cura Brochero y Mons. Angelelli. El Santo Cura fue un hombre de periferia, encarnó una Iglesia en salida. Libre de ideologías, en el siglo XIX, se ocupó con ahínco de los pobres y, enfrentando a las autoridades promovió, incluso, obras públicas de infraestructura: edificación de escuelas, carreteras, correo, banco y red ferroviaria. Decía que “Dios es como los piojos, está en todas partes, pero prefiere a los pobres”. El Beato Enrique Angelelli, recordaba: “¡Qué otra realidad viviríamos si supiéramos asumir la visión de la vida que profesa el pueblo sencillo, sabio y cargado de silencios, ese pueblo al que no le damos cabida en nuestras grandes deliberaciones y que debería ser el verdadero protagonista!”. Él se santificó denunciando las injusticias sociales desde el Evangelio y poniéndose al servicio concreto de los marginados: “Mi vida fue como el arroyo… anunciar el Aleluya a los pobres y pulirse en el interior; canto rodado con el pueblo y silencios de encuentros contigo… solo… Señor”. Junto con él. El beato Wenceslao, laico y padre de familia, defendía los derechos de los pequeños campesinos muchas veces explotados.
En la historia de la Iglesia platense, nos precedieron en la fe muchas personas, laicos, laicas, religiosos, religiosas, sacerdotes, que han trabajado mucho en favor de los pobres. Señalo sólo algunos nombres: Mons. Enrique Rau, promotor de la Juventud Obrera Católica; Mons. Roberto Lodigiani, organizador de Caritas, uno de los primeros núcleos en la región; el padre Carlos Cajade, que acompañó niños y jóvenes huérfanos y desamparados; el padre Pascual Ruberto en Berisso; Ramón Tau o José Catogio, que sostenían hogares para estudiantes pobres; Fernanda Soler y Lelia Robin, promotoras de la campaña mundial contra el hambre; Ana Gamboa, que caminaba los barrios cerca de los últimos; o Luis María Sisto, fundador del Banco Alimentario de La Plata.
Espero que vos, que leés esta carta, te puedas agregar a esa lista de gente sensible y generosa, que refleje ante los últimos de la sociedad el rostro amable y cercano de Jesucristo.
Mons. Víctor Manuel Fernández, rzobispo de La Plata